Wanderlino
Arruda
Eso
mismo!
Quién
no
siente
nostalgia
del
circo?
Quién
no
guarda,
alla
adentro,
en
lo
más
profundo
del
alma,
una
nostalgia
infantil
de
la
primera
alegría
sentida
en
el
circo?
Quién
no
se
recuerda
del
primer
payaso
viejo
de
ropas
coloridas,
anchonas,
llena
de
vuelos,
estira-encoje,
queriendo
caerse
a
toda
hora?
Quién
no
se
recuerda
del
payaso
más
joven
haciendo
bromas,
pestañeando,
equilibrándose
como
Juan
el
bobo,
dando
piruetas
alrededor
de
sí
mismo,
triste
y
alegre
al
mismo
tiempo?
Quién
no
conserva
en
la
mente
la
visión
de
las
jovencitas
bonitas,
de
los
niños
y
jovencitos
bien
alimentados,
del
fuerte
y
del
canoso
dueño
del
circo,
domador
vestido
de
negro
lamé,
de
todos
los
que
sustentan
con
fuerza
el
equilibrio
del
mundo?
Quién
no
se
recuerda?
Claro,
que
cada
uno
tendrá
un
universo
de
recuerdos
de
un
nuevo
o
de
un
viejo
circo,
dependiendo
de
donde
nació
y
de
donde
vivió
los
primeros
años
de
vida,
en
una
ciudad
pequeña
o
en
una
ciudad
grande.
En
nuestros
recuerdos
habrá
siempre
un
circo.
Un
circo
pobrecito
de
piso
de
tierra,
de
lona
ahuecada
y
sin
colores,
de
leones
ya
viejos
sin
dientes,
de
bicicleticas
viejas,
o
entonces,
de
una
vision
de
brillo,
de
rico
lujo,
de
madreperlas
con
magos
importantes
creando
mil
fantasías
de
conejos
y
banderas,
con
muchachas
rozagantes
de
salud,
niños
rubitos
volando
en
los
trapecios,
todo
pareciendo
más
un
sueño
despierto.
Claro
que
cada
uno
de
nosotros
guardará
una
forma
lírica
de
lindos
recuerdos,
una
nostalgia
gustosa
del
primer
encuentro
con
el
circo,
jamás
deshecha
en
nuestra
memoria
y
en
nuestro
corazón.
Nada
existe
más
delicioso
que
el
primer
espetáculo
de
circo.
No
fui,
aunque
haya
nacido
en
San
Juan
del
Paraíso,
una
pequeña
ciudad,
un
niño
que
entrara
gratis
en
los
circos.
Primero,
porque
no
era
de
correr
detrás
del
payaso,
gritando
la
propaganda
para
recibir
una
entrada.
Segundo,
porque
no
tenía
corage
para
entrar
por
debajo
de
la
lona,
escondido,
como
hacían
los
colegas
de
la
escuela
y
de
la
calle.
Mi
padre
tenía
siempre
que
pagar
mis
entradas,
cuando
yo
no
conseguía
ganar
dinero
vendiendo
cosas
en
la
feria,
en
las
mañanas
de
los
sábados.
En
el
circo,
con
papeleta
paga,
yo
entraba
siempre
de
ropa
limpia
bien
almidonado
por
mamá,
los
zapatos
brillando,
el
pelo
liso
de
gel
o
de
brillantina,
llevando
la
mejor
silla
de
nuestra
sala
de
visitas.
El
niño
que
iba
sucio
y
descalzo,
casi
siempre
tenía
que
ayudar
al
payaso,
o
por
lo
menos
servir
de
criado
en
los
momentos
de
intervalos.
Y
como
hacer
eso,
a
la
vista
de
las
enamoradas?
Hace
poco
tiempo
fuí,
en
Mirabela,
a
un
circo
pobrecito,
de
lona
casi
cayendóse
a
los
pedazos,
un
piso
polvoriento
que
daba
dolor,
las
bancadas
eran
tan
viejas
que
el
próprio
vendedor
de
las
entradas
las
llamaba
de
gallinero.
La
trapecista
y
el
equilibrista,
los
pobres,
uno
no
sabía
si
admirarlos
o
sentir
pena
de
ellos.
Parecía
hasta
la
historia
del
circo
de
Adauto
Freire.
La
historia
de
un
circo
que
acabó
en
Bocaiúva,
que
él
cuenta
con
mucha
gracía.
Mas
que
cosa
gustosa,
cuanta
nostalgia
mataba
en
uno!
Lo
que
estaba
en
Mirabela
también
era
un
circo!
Era
un
circo
y
tenía
payaso!
Un
payaso,
aunque
descalzo
como,
aquel
del
pobre
circo,
representaba
un
mundo
de
fantasías,
un
maravilloso
elenco
de
gestos
y
manías
una
poesía
eterna
de
un
dulce
sufrimiento
que
para
los
despreciados
hacen
de
la
vida
un
alegre
motivo
de
vivir.
Un
payaso,
sabiendo
ganar
y
sabiendo
perder,
siempre
depportivamente
y
bien
conformado,
es
lo
que
mejor
representa
al
circo,
es
un
poco
de
todo
lo
que
nosotros
deberíamos
ser,
tal
vez
como
la
única
manera
en
que
podríamos
actuar
para
nunca
dejar
de
ser
felices.