Por
mi parte, ya cogí
el tranviá
andando, en el agitado
año de 1954,
inmediatamente después
que el colegio Diocesano
cerró el
curso nocturno,
preparándose
para ser transformado
en seminario.
Todo
nuestro grupo, incluso,
la mayoría
que no estudiaba
por la noche, fue
lanzada a la fuerza
en el viejo Instituto
Norte Minero de
Educación.
Todos; pobres, ricos,
trabajasen o no,
ir para allá
era nuestro destino
pues no habáa
atra escuela entonces,
para dar continuidade
a los programas
y a la vida.
Entonces
seguimos el único
camino, único
y natural cambiando
de uniforme y de
filosofia, permutando
una preparación
académica
por un trabajo de
naturaleza práctica,
hasta cierto punto
más coincidente
con el futuro profesional
fuese cual fuese.
En
lugar de padres
y seminaristas,
ahora la compañia
era de muchachas
de tiendas y de
escritorios, apareciendo
de cuando en vez
una que outra ama
de casa compenetrada
y seria.
Alumnos
reales de curso
nocturno: cansados,
sudados todos con
aquella disposicón
de vencer a cualquier
costo.
El
Instituto era una
escuela del trabajo,
destinada a formar
profesionales para
contabilidad, redactores,
mecanógrafos,
gente práctica
para la vida, gente
para decidarse duramente
a todas las actividades,
para cualquier trabajo.
La
propaganda mayor
era que por allá
había pasado
la crema y nata
de los hombres victoriosos
en todos los campos
del saber, entre
muchos: Ubaldino
Assis, Necésio
de Morais, Mario
Ribeiro ,la mayoría
bancarios, contadores
y gerentes del comercio
local, así
como algunos periodistas,
profesores e intelectuales
renombrados.
Nadie
podría tornarse
un gran político
o un hombre de negocios
sin pasar por la
experiencia del
Gremio del Instituto.
Allá era
la gran escuela
cívica, una
especie de bastión
de libertad y humanismo,
de la libertad de
pensar y de actuar.
Me
recuerdo de las
homéricas
luchas, antes, durante
y después
de las reuniones
del gremio. Me recuerdo
de los esforzados
líderes y
nerviosos partidos
creados después
del ingreso de los
nuevos, de los recién
llegados, algo parecido
con los intrusos
nuevos ricos no
acostumbrados a
los dictámenes
de casa.
Los
que se consideraban
los verdaderos miembros
del instituto, o
de la familia directora,
gozando todos de
una lideranza bastante
expresiva de Newton
Baleiro, del lado
de afuera y Juan
Luiz Filho del lado
de dentro.
El
doctor Juan cuando
aparecía
con los cabellos
alboratados como
si no hubiese visto
un peine, la frente
frunzida, las cejas
cargadas era un
Dios nos acuda,
un huracán
de furia, haciendo
aparecer todo lo
erróneo que
hubiese.
Seriamente,
por parte de los
alumnos, también
había mucha
gente, compenetrados
solteros, dignos
padres de familia
y hasta gente nueva
com un modo de gente
vieja.
Estaba
el Manuel Neves,
comerciante bien
de vida; el Juan
Silvera, estudiosos
de la Biblia, casi
pastor y hacendado;
el Juan y el Terezo
Javier bien nombrados
sastres, a veces
callados, otra consejeros;
estaba el Raulemar
Couto marecían
admiración.
Por
parte de los Profesores,
me recuerdo de la
fama de mano de
hierro del Profesor
Heráclides
Leche, bahiano y
matemático
que se había
casado con una alumna,
me recuerdo también
del profesor José
Marcio de Aguiar,
exseminarista, literato
y filósofo,
mi consejero en
los primeros años
de periodismo, José
Obispo, de buena
fama por su capacidad,
más tan terrible
que nosotros por
venganza ponchabamos
de vez en cuando
las gomas de su
bicicleta.
Necesio
de Morais fue el
mejor maestro de
contabilidad que
conocí. Domingo
Bicalho era la organización
en persona.
Pero,
de buena aparencia,
además de
un alentador equipo
de jovencitas, había
una bien bonita,
cajera de la tienda
Casas Pernambucanas,
bien vestida, bien
pintada, tan elegante
que en el primer
dia de clases, todos
nosotros nos levantabamos
para recibirla pensando
que se trataba de
una profesora de
mucho respeto.
El
instituto era caldera
hirviendo con Julio
Pereira y Ferreriña
haciendo político;
Thiers Penaba, Carlaide
Pereira jugando
futbol, Zeziño
Evangelista y Waldir
Velosos agitando
la política;
Sebastián
Mateus y Norberto
Custodio en la seriedad,
y Adauto Freire
comandando la jovial
agitación.