Vivimos
en un mundo lleno
de poderes, cada
cual queriendo ser
más poderoso,
más influyente.
Cada poder desea
marcar presencia,
dictar normas, ser
más importante.
Unos llegan al cúmulo
de postular la omnipotencia,
igualarse al poder
de los poderes con
la tentativa de
auto divinización.
Y como quien puede
más o menos
puede, allá
va mando y más
mando por sobre
los que mandan menos
o sobre los que
no mandan nada,
principalmente sobre
éstos, la
gran mayoría
que sólo
vive para obedecer,
casi todos nosotros,
pobres mortales.
¿Y qué
es el poder en un
país, donde
al fin, nadie sabe
quién manda?
En la Edad Media,
cuando el mundo
parecía ser
o era menor, al
menos había
una menor población
era pequeño.
Existá en
verdad, el poder
religioso y el poder
de la nobleza, algunas
veces matizados
por el poder de
la universidad,
diluido entre los
dos. Dónde
no tuviera la púrpura
estaría solamente
la obediencia o
subyugado o amarrado
al coche de la fuerza.
El pueblo, lo que
sobraba sólo
tenía derecho
al sacrificio, a
la paciencia, a
la espera eterna
por el premio de
la eternidad, después
de la muerte física,
esta que, hasta
cierto punto, todavía
podría ser
determinada por
los que dominaban
el mando. Antes
de la Edad Media
o después
de ella en muchos
casos todavía
era peor, con el
poder prácticamente
absoluto.
El mundo mejoró,
el pensamiento se
deslizó para
cerebros menos poderosos.
Irrigado por sangre
menos azul y menos
regadas por unciones
privilegiadas, el
poder intelectual
salió de
las universidades,
distribuidos por
los estudios del
arte o por las tipografías
quedó más
suelto, más
libre, con cierta
autonomía.
Se pensó,
entonces en la fraternidad,
causa tan antigua,
pero olvidada. Se
pensó en
la igualdad, derecho
tan soñado,
pero siempre dejado
en plano fuera de
expectación.
La mejoría
del mundo no podría
venir sino después
de grandes sacrificios,
de mucho martírio,
de pesadas bajas
en todas la clases,
incluyendo las siempre
dominantes. Y el
poder fue distribuido,
con lenta distribuición.
Vino el poder militar,
en la medida que
los ejércitos
fueron siendo organizados,
tomando nueva conciencia
de mando. Vimos
el poder económico
con el desarrollo
de los transportes,
de la industria
y del comercio,
de los medios de
producción
en fin. Vino el
poder de la comunicación
multiplicado y usado
con buenos y malos
propósitos,
guía de la
libertad o mentor
de los abusos de
otros poderes. Apareció
el poder intelectual
y mecánico
de la ciencia, surgió,
como nunca, el poder
de la cultura a
través de
todas las artes
más cerca
del hombre común.
Nunca se despreció
el poder de las
leyes justas o injustas,
principalmente después
que el mundo se
acható para
recibir todo el
peso de una coacción
legal que aparece
increiblemente de
todos los lados.
¿Y el poder
de la tecnocracia?
De este es necesário
hablar...
Como la vida no
nos es dada hecha,
al contrario, nosotros
tenemos que hacerla,
recrearla seguida
con todo nuestro
poder de creatividad
todo queda más
difícil,
más sufrido
hasta para los que
ya nacen en el centro
del poder. Considerando
todavía el
poder de la ética,
antes invisible,
pero de los más
importantes para
la existencia normal
del hombre y de
la sociedad, la
vida constituye
un desafío
a los que gustan
vivir y vivir bien
con su consciencia.
Con tanto poder,
la anarquía,
la verdad, nunca
puede asumir totalmente
su papel y, tal
vez, sea esto hasta
bueno, para tristeza
de muchos... Lo
que salva tanto
poder es que, queriendo
o no queriendo,
somos dominados
por una fuerza mayor,
directora de nuestros
destinos: El poder
de Dios!