Soy
de los
que
acreditan
que
la finalidad
de la
vida
es practicar
el bien,
o ser
feliz,
o estar
siempre
en paz
con
el pasado
y en
confianza
con
el futuro.
Soy
de los
que
acreditan
que
el mejor
día
de nuestra
vida
es el
día
de hoy,
la hora
que
estamos
viviendo.
El
buen
proceder,
en el
presente,
redime
las
encrucijades
que
ya se
fueron
y preapara
un provenir
que
de alguna
forma,
nos
garantice
una
normalidad
de mente
y de
corazón,
apartando
posibles
e innecessarias
preocupaciones
anticipadas.
Así
cada
día
se convierte
en nuevas
oportunidades
de trabajo
y de
aprendizaje,
en nuevos
medios
de consolidad
amistades,
el tiempo
positivo
de dejar
nuestra
huella
de nuestra
caminada
por
la tierra.
Y
parece
que
no estoy
solo
en modo
de pensar
y de
actuar.
Aun
existen
muchas
criaturas
que
se preocupan
en la
búsqueda
alegre
de la
felicidad,
en la
afirmación
de los
valores
afectivos,
en la
valoración
de las
riquezas
eternas
del
amor.
Gente
que
conviviendo
con
el musndo
de la
máquina
y recibiendo
los
impulsos
de la
electrónica
refieren
al bien
estar
del
alma
de las
personas
y de
las
cosas.
Gente
que
se siente
feliz
con
la felicidad
ajena,
que
se emociona
con
la alegría
que
reparte
sinceramente
el bien
con
todos
sus
semejantes.
Conversando
ayer
en el
Centro
Cultural
con
el padre
Aderbal
Murta
de Almeida
procuramos
repasar
antiguos
asuntos,
revivir
antiguos
recuerdos,
apuntar
hechos
marcantes
que
engrandecen
el patrimonio
ideológico
de Montes
Claros
en lo
cognoscitivo
y en
lo emocional
de la
historia.
El
citó
innuberables
ejemplos
de lo
grandioso
de la
bondad
y de
la fe,
del
amor
de espontanea
dedicación
al bién,
de aquel
rayo
de luz
que
acompaña
la escala
avolutiva
de figuras
que
marcaron
nuestro
humanismo
y nuestra
cultura.
Resumiendo,
él
propuso
dos
nombros,
que
personalmente
consideraría
a los
más
importantes
en la
galería
del
bién,
en el
amar
y en
el perdonar,
en la
sabiduría
del
ser
y del
vivir.
Expuso
lo primero,
destacándo
el trabajo
del
Padre
Marcos
y, cuando
yo iba
a interrumpirlo,
intentando
apuntar
el segundo,
el se
adelantó
mencionando
el nombre
que
ya yo
tenía
en la
punta
de la
lengua,
recordandóse
clara
y alegremente
de Nathércio
frança,
nuestro
gran
Nathércio.
Miré
para
Nivaldo
Maciel,
quien
conversaba
com
nosotros
y vi
que,
por
su consentimiento,
si demorásemos
más
un poquito
el hubiese
pronunciado
las
mismas
palabras
antes
que
nosotros.
De
hecho,
considerando
el punto
de vista
de la
capacidad
del
bién
vivir,
del
existir
con
sabiduría
y majestad,
del
ser
hermano
y amigo,
del
compañerismo
y de
la fraternidad,
es Nathércio
França
la mayor
figura
de la
história
de Montes
Claros.
Nadie,
lo que
se dice
nadie,
puede
dejar
de admirarlo,
de sentir
la evolución
de su
amor,
de compartir
con
justo
orgullo
su visible
simmpatia
y el
aprecio
con
que
él
trataba
cada
momento
de existencia,
con
una
fe inquebrantable
que
sólo
las
grandes
alunas
saben
tener.
Si,
no estuirese
su paso
tan
cerca
en el
tiempo
y en
el espacio,
pues
hace
tan
pocos
días
que
nos
dejó,
creo
que
nuestra
consideración
sería
todavía
mayor.
Nathércio
França
fue
sin
duda
un momento
inolvidable
de nuestra
vida.