Wanderlino
Arruda
Primeramente,
directo
para
la
casa
de
Nair
y
Manuel,
en
una
mañana
de
Belo
Horizonte,
mas
de
gran
calor
humano,
poniendo
en
día
viejas
conversaciones,
matando
nostalgias.
Manuel
me
lleva
al
aeropuerto
de
Confins,
de
donde
viajo
para
Rio
de
Janeiro,
donde
me
quedara
por
algunas
horas
hasta
pegar
un
vuelo
con
destino
a
Europa
que
hará
escala
en
Recife.
De
una
caliente
tarde
de
sol
con
la
que
soñaba,
tanto
allá
como
acá,
en
la
tierra
y
en
el
cielo,
lo
que
encuentro
es
un
tiempo
cerrado,
gotas
de
lluvia,
niebla
y
una
llegada
ya
noche
a
dentro
bien
oscura.
Un
mar
de
gentes
en
el
aeropuerto
y
casi
nadie
en
las
calles.
El
centro
de
una
ciudad
el
Domingo
por
la
noche
no
es
fácil.
Ni
Recife
se
salva.
Paciencia,
que
la
solución
es
quedarse
en
el
Hotel,
buscar
el
descanso,
ya
que
mañana
será
un
día
de
mucho
trabajo.
Todo
bien
con
la
vida,
buena
disposición,
el
reencuentro
con
el
Noreste,
una
buena
visión
del
Capibaripe,
con
sus
callejones
cerrados
al
tránsito
de
vehículos,
un
movimiento
asustador
de
vendedores
ambulantes,
pareciendo
que
el
pueblo
todo
está
aquí
–
gente
atropellando
a
los
otros
–
llego
al
banco
para
reencontrar
viejos
y
bueno
amigos,
para
conocer
a
otros
que
ya,
como
por
acto
de
magia
formarán
parte
de
mi
família,
el
gran
clan
del
Banco
de
Brasil.
En
Salvador
me
encuentro
a
Leal,
a
María
de
Jesús,
a
Tiago,
con
callos
de
tanta
lucha.
En
el
aula
las
intervenciones
de
Diógenes,
María
Luiza,
Bila,
de
Pernambuco,
de
São
Paulo,
de
Rio
Grande
del
Sur.
Má
tarde
llega
Murilo,
compañero
de
Brasilia.
Cacilda,
colega
del
Centro
de
Entrenamiento,
aparece
después.
Cada
minuto
es
más
gratificante
que
el
anterior.
Si
el
día
es
para
el
trabajo,
la
fatiga,
las
preocupaciones
de
la
lucha
por
el
pan,
la
noche
es
libre,
sin
compromisos,
destinada
al
conocer
y
al
reconocer,
el
encuentro
con
el
paisaje,
la
visión
de
los
olas
del
mar,
la
brisa,
el
viento,
el
color
y
el
sonido
de
Olinda
con
sus
mil
encantos,
la
buena
vida
de
Buen
Viaje,
una
de
las
playas
más
bonitas
del
mundo.
En
Buen
Viaje
una
ensalada
de
pescados
el
mojo
del
camarón,
la
cerveza
heladita,
cinco
amigos
en
torno
a
una
mesa
para
celebrar
mi
cumpleaños,
antes
y
después
de
las
llamadas
telefónicas
de
las
nostalgias
distantes.
En
Olinda,
María
de
Jesús,
Leal
y
yo
por
poco
no
veíamos
el
tiempo
pasar,
tan
gratos
eran
los
recuerdos
de
nuestras
batallas
en
Brasilia,
aqui,
en
Fortaleza,
en
ese
mundo
sin
fronteras
de
tanto
Brasil.
Llega
Olimpia,
la
esposa
amada,
aumenta
el
grupo,
ahora
con
Edileuza,
Cleo,
Carlinda,
Nelson,
Nelsito,
Luciana,
más
y
más
alegrías.
Mayor
que
viajar
en
torno
lugares
es
el
andar
y
rondar
en
torno
de
las
personas.
Verdaderamente,
nada
supera
la
buena
amistad,
la
buena
convivencia
los
lazos
que
sólo
el
conocimiento
más
profundo
del
gusto
y
de
la
cultura
que
cada
uno
puede
ofrecer.
Así
la
felicidad
pasa
a
ser
una
condición
natural,
la
alegría
de
una
constancia
que
encanta
y
seduce,
abstracciones
casi
reales
que
dan
la
nota
mayor
al
acto
de
vivir.
De
una
hora
para
otra,
para
el
cronista,
la
ciudad
de
Recife
se
transforma
en
el
centro
de
todo,
una
capital
de
mucha
alma
y
corazón.