La
historia
es
bien
normal
y
todo
conforme
con
los
cánones
del
comércio
de
nuestros
días,
fruto
del
principio
de
la
oferta
y
la
demanda.
Es
un
toma
de
allá
y
de
acá,
envolviendo
naturalmente
valores
y
monedas
comunes
de
cualquier
acto
comercial.
Sólo
pone
romanticismo
en
una
operación
de
esas
quien
puede
verla
con
los
ojos
de
la
poesía
literaria...
En
todo,
no
queda
duda,
hasta
en
los
actos
de
pura
negociación
y
de
otros
intereses,
uno
consigue
darle
un
colorido
de
fantasía,
bien
proprio
de
los
que
viven
del
trato
de
las
artes
de
las
letras.
Es
que
la
verdad
es
bien
interesante,
amigos.
Y
Haroldo
Livio,
ciudadano
brasileño,
brasilminense
de
nacimiento,
montesclarense
de
corazón,
ahora
firma
testimonio
de
amor
a
la
tierra
de
Grão
Mogol.
Y
lo
firma
y
paga.
Lo
paga
con
toda
la
fuerza
que
el
dinero
pone
y
dispone
en
y
del
mundo
moderno
actual
aunque
sea
tratándose
de
cosas
antiguas.
Haroldo
Livio
–
y
es
bueno
que
se
acabe
de
dicerlo
–
acaba
de
efectuar
una
transación
comercial
de
alto
calibre
en
la
ciudad
de
Grão
Mogol:
compró,
pagó
y
tomó
posición,
con
su
respectivo
registro
en
un
bufete
de
abogados,
mediante
todas
las
claúsulas,
incluyendo
la
de
evicción.
Haroldo
Livio,
o
mejor
dicho,
el
Doctor
Haroldo
Livio
de
Oliveira,
brasileño,
abogado,
casado
con
la
socióloga
Doña
Maria
do
Carmo
y
hoy
señor
de
un
solar
antiguo
y
señorial
en
la
ciudad
de
Grão
Mogol.
Señor
legítimo
de
una
antigua
casa,
grande
e
imponente,
construída
posiblemente
por
manos
esclavos,
de
paredes
de
pesadas
piedras,
escavadas
con
el
sudor
del
siglo
pasado.
Historia
de
amor
a
primera
vista,
Haroldo
se
apasionó
por
la
noble
vivienda
y
se
sentió
inmediatamente
en
la
piel
como
un
gran
propietario,
dueño
de
la
seguridad
de
tal
fortaleza
al
mismo
tiempo
urbana
e
historica.
La
vió
y
le
gustó.
Le
gustó
y
la
compró.
La
compró
y
la
pagó.
La
pagó
para
ser
el
indudable
poseedor
de
lo
poseido.
La
casa
de
Haroldo,
amigos,
no
es
una
casa
común,
cuya
estructura
dice
ser
construída
de
mampostería,
de
simples
y
perecibles
ladrillos.
Es
una
alera
de
granito,
con
paredes
de
media
brasa,
sustentando
las
ventanas
coloniales;
puertas
inmensas,
de
dos
bandas,
con
pesadísimos
trancas
y
seguros,
frutos
no
sólo
de
la
seguridad
minera
como
de
la
señorial
competencia
de
los
sudados
herreros
de
antaño.
La
casa
de
Haroldo,
de
tejado
de
aroeira
labradas
a
golpes
de
cincel
por
manos
competentes,
con
repetidas
tiras
de
jacarandá.
Las
paredes
de
las
salas
más
nobles
son
revestidas
con
madera
fina
y
el
piso
es
digno
de
los
pasos
de
un
comandante
de
la
pasada
centuria.
En
el
frente,
el
arquitectónico
ornamento
de
una
resistente
alero
da
el
toque
del
poderío
y
de
la
fuerza
de
un
diseño
consciente
del
constructor
y
maestro
de
obras,
orgullo
del
arte
de
la
cantería.
Al
fondo
del
noble
solar,
tras
el
generoso
patio
de
frutales
haciendo
división
con
las
más
cristalinas
aguas
de
un
rio
de
arenas
blancas,
lecho
de
piedras
pulidas,
barrancos
llenos
de
un
verde
césped
y
otras
hierbas.
A
lo
lejos,
pero
no
muy
distante,
el
perfil
elegante
de
árboles
centenarias
formando
un
marco
con
el
azul
del
herrumbre
de
las
sierras
y
la
línea
grisásea
y
celeste
del
horizonte.
Toda
una
belleza,
un
encanto
para
los
ojos
y
un
placer
para
el
corazón...
Por
todo
eso,
por
el
amor,
por
el
romantismo
de
la
decisión
comercial,
por
la
poesía,
por
el
gusto,
por
la
noble
humildad
y
por
la
humilde
nobleza
de
la
sana
conciencia
haciéndome
prevalecer
no
sé
de
cual
autoridad,
no
tengo
duda
en
atribuir
a
Haroldo
Livio,
culto
e
intelectual
señor
de
Minas
Gerais
el
título
de
El
Barón
de
Grão
Mogol.