De
todos los
grandes
hombres
del arte
universal,
creo que
el más
destacado
amigo de
la naturaleza
ha sido
el poeta
Virgilio,
romano nacido
en Andes,
cerquita
de Mantua
en el Norte
de Italia.
Tan lejos
de ser nuestro
contemporáneo
por su nacimiento
pues es
de setenta
(70) años
antes de
la era cristiana,
resulta
todavía
de nuestro
tiempo por
la actualidad
de sus ideas,
por su intransigencia
en la defensa
de todo
lo que es
natural,
disposición
íntima
y política
digna de
un ecologista
de final
del siglo
XX.
Todo en
Virgilio
era de una
simplicidad
a toda prueba
y vivía
él,
cada sonido
y cada matiz
de todas
las auroras.
Hombre íntegro,
conservaba
naturalmente
lo mismo
con los
reyes que
con los
pastores,
pudiendo
convivir
tanto con
los nobles
de los palacios
como con
los niños
de las campiñas,
de los flocos
de nieve
de las montañas.
Las estrellas
o los ruiseñores,
las tempestades
o el rocío
el vuelo
de los pájaros
o el despertar
de las flores,
todo para
él
era música
del corazón,
la alegría
de los ojos,
la inspiración
del alma.
La belleza
del mundo
y de la
vida era
a mejor
materia
prima para
su trabajo,
el oficio
de poeta,
la luz que
le daría
siempre
un mayor
brillo a
su inteligencia.
Tenía
Virgilio
apenas veintecinco
años
cuando comenzó
la composición
de sus “Eglogas”.
A los treinta,
produjo
“Las Georgianas”,
poema didáctico
en cuatro
cantos,
en el que
celebro
la felicidad
del trabajo
rural y
la vida
más
próxima
a la naturaleza.
Amigo de
Otávia,
hermana
del emperador,
la encantó
con su lectura
del Canto
VI de “La
Eneida”,
referente
a la muerte
de su hijo
Marcelo,
lo que le
posibilitó
hacerse
rico y ganar
toda la
protección
de Mecenas
y del próprio
César.
Con la poesía,
el joven
poeta ayudaba
a destacar
el brillo
de Roma
y de los
Romanos,
viviendo
y haciendo
que los
otros también
viviensen
felices.
Enemigo
de la fastuocidad,
sus versos
reconocían
las dulzuras
de la vida
en familia
y nada le
resultaba
mejor que
el retiro
y la soledad,
tímido,
delicado,
sensible,
de tierno
corazón,
no le agradaba
la agitación
de la capital
del Imperio,
barullenta
y con mucho
movimiento.
Por increíble
que parezca,
el gran
cantor de
la pasión
de Dido,
una de las
más
bellas páginas
de la poesía
universal
nunca se
dedicó
al matrimonio.
Culto y
melancólico,
preferió
vivir solo.
Uno de los
libros mejor
vendidos
en Brasil,
a fines
de 1982
del escritor
alemán
Hermann
Broch, tiene
toda su
trama basada
en las últimas
horas de
la vida
de Virgilio,
quien murió
en Brindisi,
en la Calabria.
Tenía
el poeta
cincuenta
años
y resolvió
reconocer
a Grecia
donde se
incorporó
a la comitiva
de Augusto
y por infelicidad
se enfermó
en medio
de las fiestas
en Megara,
en la vecindad
de Corinto.
Es muy probable
que durante
el corto
plazo de
su enfermedad,
en el año
diecinueve
le haya
pasado por
su cabeza
realmente
toda una
perspectiva
vital. Y
haya hecho
de alma
y corazón
un dulce
y amargo
examen de
conciencia
de si mismo
y de sus
contemporáneos.
Para una
inteligencia
como la
del autor
de “La Eneida”,
del verdadero
creador
de Enéas,
la vida
debe haber
sido lo
más
monumental
de todos
los hechos
de la realidad
y del arte.
Finalmente,
estaba para
dejar el
mundo uno
de sus más
cultos intelectuales,
envueltos
en todas
las provincias
del saber
desde la
Matemática
hasta la
Veterinária,
desde la
Filosofía
hasta la
Apicultura.
Me entusiasmo
mucho, cuando
escucho
a mi amigo,
el Padre
Murta, hablar
apasionadamente
de la poesía
de Virgilio,
él
que es el
mayor conocedor
de “La Eneida”
por ese
nuestro
mundo afuera.
Y lo que
más
me encanta
es exactamente
saber de
la existencia
de inteligencias
sensibles
como las
de él
y del Profesor
Pedro Maciel
Vidigal,
para buscar
tan lejos
en el tiempo
de vanidad
del amor
y el glorificar
el raciocinio
poético.
Me quedo
más
interesado
todavía
cuando leo
que era
Virgilio
también
un poeta
del grafite,
escritor
de muros,
pintor de
paisajes
y maestro
en la confección
de bellas
estatuas.
Imitador
de Homero,
fue imitado
por Dante
y por Camoes
, amigo
de Augusto
y de Mecenas,
por la eternidad
del genio
todavía
es nuestro
amigo. Que
bueno sería
si pudiésemos
leer todavía
sus últimos
versos!
Ellos fueron
escritos
para su
túmulo
en Nápoles:
“Mantua
me dio la
vida; Brindisi
la muerte;
Nápoles
la sepultura.
Canta a
los rebaños,
a los campos
y a los
guerreros”.
Murió
como nació:
para ser
inmortal.