Wanderlino
Arruda
Conté
una historia la semana pasada
sobre las Selecciones de Reade’s
Digest que Nathércio
França me regaló.
Hablé de mi espera
para recibirlas y de la alegría
con que las tuve en mis manos,
así como del placer
que siento hasta hoy al leerlas.
Hoy
saco provecho de una de ellas,
la de noviembre del mil novecientos
cuarenta y cinco, buscando
informaciones para transmitir
algunas curiosidades sobre
el calendario, un poco de
historia y una propuesta de
cambio para tornar nuestra
vida mejor organizadita en
materia de meses y semanas.
No
se preocupe, señora,
porque en la actualidad, parece
que no hay ningún gobierno
perocupado con esas cosas.
Todos están muy ocupados
con las deudas pendientes
de pagar o de recibir.
Claro
que el nombre de calendario
proviene de CALENDAS, el primer
día de cada mes en
la antigüedad romana.
Ya hubo muchos, existió
un tiempo en que cada pueblo
prácticamente tenía
el suyo: el chino, el maya,
el armenio, el egipcio, el
indio, el mahometano, o de
Roma, el azteca, y quien sabe
si hasta el brasileño,
de cuando nuestro tupí-guaraní
contaba el tiempo por las
fases de la luna. Fue siempre
una mezcla absurda de diversos
criterios, de tal manera,
que el avión que partió
de Londres el cinco de enero
de mil novecientos treinta
y nueve Ilegó a Belgrado,
la antigua capital Yugoslava,
el mismo día, pero
en una fecha considerada como
el veintitrés de diciembre
de mil novecientos treinta
y tres.
Si
un avión por rápido
que saliese y Ilegase al Japón
en apenas cinco horas, acababa
saliendo hoy y Ilegando ayer.
Todo eso es tan loco que nadie
puede comprender, por ejemplo,
¿por qué? La
Pascua puede caer en cualquier
fecha entre el veintidós
de marzo y el veinticinco
de abril o la Navidad siempre
en una fecha fija, el veinticinco
de diciembre.
Preste
atención que el viernes
de la pasión es siempre
un viernes, pero nunca en
el mismo día del mes.
Los
calculadores que hagan las
cuentas y vean que no exisen
dos trimestres en el año
con igual número de
días. Tienen exactamente
noventa, noventa y uno, noventa
y dois y noventa y tres, porque
“treinta días
tienen septiembre ,abril,
junio y noviembre; veintiocho
tendrá uno y los otros
treinta y uno”.
Difícil
sacar promedios y hacer cáculos
estadísticos. Los judíos
ortodoxos, hasta hoy, todavía
emplean un calendario lunar
y sincronizan sus estaciones
intercalando un mes extra
de dos en dos a de tres en
tres años.
Los
primeiros romanos vivieron
con un año de diez
meses, con trescientos cuatro
días, hasta que Numa
Pompélio, en el siglo
séptimo antes de Cristo
incrementó enero y
febrero. Pero era todo tan
incierto que los altos sacerdotes
habitualmente los acortaban
más cuando sus adversarios
estaban en el poder y los
ampliaban para agradar a sus
favoritos.
Los
egipcios, estudiando las sombras
de las pirámides, hicieron
un año de trescientos
sesenta y cinco días
y un cuarto, con doce meses
de treinta díass y
cinco días extras para
conmemoraciones, uno bisiesto
cada cinco años.
Los
aztecas tenían un año
con dieciocho meses de veinte
días y las sobras para
las fiestas o los días
Ilamados de nefastos.
En
un intento de uniformización,
tal sistema fue adaptado al
mundo romano, cuando Julio
César decretó
que el año cuarenta
y seis antes de Cristo fuese
incrementado para cuatrocientos
cuarenta y cinco días
a fin de ajustarse con el
sol. Debido a las supersticiones
existentes relativas a los
números impares, lo
cinco días de fiestas
fueron repartidos entre los
meses. Un día fu quitado
de “FEBRUARIUS”
y dado a “QUINTILIS”,
que más tarde cambió
de nombre, pasando a Ilamarse
“JULIUS”, en homenaje
al autor de calendaio. Una
segunda amputación
fue perpetrada más
tarde contra FEBRUARIUS, por
Augusto, quien dio el referido
día al mes de su nacimiento,
o sea, a AGOSTO.
Fue
solamente en el trescientos
veinticinco después
de Cristo, que el Concilio
de Necia estableció
la semana de siete días,
independiente de los meses
y de los años, o sea,
andando con sus proprias piernas,
si es que la semana tiene
piernas.
Fue en mil ochocientos cincuenta
y dos que el Papa Gregorio
corrigió la astronomía
de César, ordenando
que unos tres días
bisiestos fuesen retirados
cada cuatro siglos.
Una
novedad: si fuese aprobado
un calendario mundial, tendríamos
trimestres iguales, cada uno
con trece semanas comenzando
un domingo y terminando un
sábado. El día
trescientos sesenta y cinco
será extra y se Ilamará
Día del fin del año.
Habrá una gran desventaja
para nosotros los brasileños:
la Navidad y el Año
Bueno caerían siempre
final de semana. Vamos entonces
a perder los feriados prolongados.