Cada
uno
tiene
el
gusto
que
tiene,
y
le
gusta
lo
que
quiere,
tiene
sus
preferencias
de
cómo
ocupar
el
tiempo,
vivir
su
vida,
dar
vida
a
la
existencia.
A
quien
le
gusta
comer:
comer
mucho,
engorda,
y
a
veces
hasta
una
gorda
bonita,
con
carnitas
bien
distribuidas
para
nadie
señalar
defecto.
A
quienes
les
gusta
resolver
los
problemas
del
mundo,
saber
sobre
todo,
acompañar
la
vida
pública
e
íntima
de
los
personajes
principales
del
actual
drama
del
Brasil
y
del
mundo,
sale
para
la
calle,
los
periódicos,
frecuenta
“el
callejón
del
pueblo”.
Quien
aprecia
de
cuerpo
y
alma
hacer
negocios,
pedir
y
prestar
dinero,
comprar
y
vender
baletos
de
la
lotería,
ver
gente
alegre
y
gente
cansada,
anda
en
la
plaza
Doctor
Carlos,
al
lado
de
la
calle
Quince
y
en
la
bajada
de
la
Doctor
Santos,
pues
allá
había
de
todo.
La
vida
y
el
vivir
están
allí
desde
que
amanece
el
día
hasta
la
madrugada,
para
quien
quiera
deleitarse...o
sufrir...
Tengo
un
compañero
y
amigo
que,
buen
apreciador
al
fin
de
la
cultura,
le
gustan
las
palabras,
le
gusta
sobremanera
la
inventiva
social
que
da
una
cobertura
significativa
y
fonológica
a
todo
lo
que
existe
en
el
mundo.
Admira
con
sinceridad
la
capacidad
que
el
pueblo
–
ilustrado
o
no
–
tiene
de
nombrar
las
cosas,
adornar,
las
ideas,
innovar,
pulir
el
pensamiento,
colorear
la
semántica
del
pobre
y
del
rico.
Cada
vez
que
Florival
Rocha
Primo
encuentra
o
descubre
una
nueva
palabra,
allá
va
él
y
la
anota
para
un
respetuoso
examen
de
memoria
o
del
diccionario,
a
tomar
partido
importante
en
su
mundo
de
conocimiento,
pasando
de
ahí
en
adelante
a
ocupar
un
papel
principal
o
secundario,
dependiendo
de
su
importancia.
Primo
bien
podría
ser
nombrado
cazador
de
palabras,
pescador
de
preciosidades
lingüísticas,
rector
de
los
significados
de
la
última
flor
de
Lacio,
tan
buena
es
su
disposición.
He
aprendido
mucho
con
Primo,
quien
nunca
me
niega
una
palabra,
buena
o
mala,
a
ninguna
hora
y
lo
más
interesante
es
su
alegria,
cuando,
al
traerme
una
curiosidad,
demuestro
conocerla
ya,
prestándole
informaciones,
porque,
al
fin,
más
viejo
que
él,
a
veces
tuve
la
aportunidad
de
ver
las
cosas
primero.
Una
palabra
tiene
variados
aspectos
tanto
para
Primo
como
para
mí,
o
mejor
dicho,
para
nuestras
manías.
No
es
sólo
el
simple
vocablo
lo
que
interesa,
la
palabra
al
desnudo,
sin
el
ropaje
de
su
presentación
en
público
o
en
los
recesos
de
los
libros.
Procuramos
ver
su
historia,
¿
por
dónde
ha
andado,
de
dónde
vino,
en
qué
compañías
ha
habitado,
si
ya
es
vieja
o
si
es
nueva,
portuguesa
o
brasileña?
O
si
viene
de
otros
parajes.
Una
palabra
para
Primo,
para
ser
una
palabra
de
verdad,
con
“status”,
tiene
que
traer
su
cartera
de
identidad,
su
pasaporte,
su
certificado
de
vacunación,
una
nobleza
natural,
que
no
sea
vulgar,
porque
la
palabra
vulgar
tiene
que
tener
por
lo
menos
raza,
como
le
gustaba
decir
a
mi
también
amigo
Geraldo
Lorenzo.
Así
es
la
vida.
Parece
hasta
que
estoy
hablando
de
Primo,
de
su
gusto
por
la
investigación,
de
su
amistad
con
el
vocablo,
de
su
curiosa
mineridad,
para
decir
que
cada
loco
con
sua
manía.
Creo
que
hasta
para
decir
más,
mi
identificación
con
Primo,
con
Haroldo
Livio,
con
Gregorio
Junior,
con
Reivaldo
Canela,
“locuras”
de
variados
y
diferentes
quilates,
has
sido
de
un
valor
inestimable,
tan
interesante
que
todavía
no
encontramos
una
palabra
exacta
para
englobar
el
significado
de
esos
acontecimientos.